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    Abusos sexuales de un sacerdote estadounidense en Filipinas ponen al descubierto décadas de silencio

    El caso del sacerdote estadounidense Pius Hendricks, de 78 años, quien actualmente se encuentra detenido por abusos sexuales contra menores en Filipinas, donde se desempeñaba por casi cuatro décadas, revela hasta qué punto las denuncias contra los curas pueden ser ignoradas en uno de los países más católicos del mundo.

    AP recogió recientemente el testimonio de una de sus víctimas, un joven de 23 años que fue abusado por Hendricks cuando a sus 12 años se convirtió en monaguillo, afanoso por el dinero que recibiría por servir en la misa. «Es algo natural», «es parte de convertirse en un adulto», fueron las frases que oiría del clérigo después de que lo llevara al baño de la pequeña rectoría de la iglesia del pueblo de Talustusan donde le agredía sexualmente.

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    Según el joven, los abusos continuaron por más de tres años, pero no se lo comentó a nadie hasta que un extranjero comenzó a indagar sobre la extravagante generosidad del cura con los niños locales y sintió miedo de que su hermano menor se convirtiera en la próxima víctima. Es por ello que en noviembre del año pasado denunció su caso ante las autoridades. En diciembre, Hendricks fue arrestado y acusado de abuso infantil.

    Desde entonces, una veintena de hombres y niños (incluido uno de 7 años) han declarado que el sacerdote los abusó sexualmente. De acuerdo a los investigadores, las acusaciones se remontan a más de una década, sin embargo se cree que serían varias generaciones de afectados, involucrando a docenas de niños, y que los abusos continuaron hasta unas semanas antes de su detención. Por su parte, la defensa de Hendricks insiste en que es inocente.

    Caída de casi cuatro décadas de sacerdocio en Filipinas

    La detención de Hendricks representó la caída de un sacerdote que encabezó su parroquia por casi 40 años, reconstruyó la edificación, presionó a los funcionarios para que pavimentaran los caminos de la aldea, condujo a los enfermos al hospital, pagó las matriculas escolares de los niños pobres, repartía trabajos, préstamos y regalos. Pero también muestra la indiferencia ante las denuncias de delitos sexuales cometidos por religiosos.

    «Hay una cultura de silencio, de tapar todo», apunta el reverendo irlandés Shay Cullen que trabaja con víctimas de abusos sexuales en el país asiático. El caso de Hendricks pudo haber quedado estancado de no ser por la intervención del Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU., que abrió una investigación propia amparándose en un estatuto que permite procesar los delitos sexuales a menores perpetrados por ciudadanos estadounidenses dentro o fuera de su territorio y presionó al Gobierno filipino a actuar.

    En el humilde poblado donde Hendricks pasó casi la mitad de su vida, su afición por los niños fue ampliamente discutida durante décadas por los aldeanos, los funcionarios locales y, según un exhermano católico, también por los miembros del clero. Si bien muchas personas creyeron durante mucho tiempo que era un pedófilo, casi nada se dijo abiertamente. Tampoco nadie actuó sobre las sospechas.

    Actualmente, las acusaciones han divido a los habitantes de Talustusan, incluso a familiares, y han aislado a los denunciantes, quienes señalan que los beneficios recibidos por la población gracias al cura impiden a la gente ver sus delitos.

     

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