Abe señaló que el cambio no suponía el final del brote. El objetivo, indicó, es equilibrar las medidas preventivas y la economía hasta que haya vacunas y medicamentos eficaces disponibles.
Con unos 16.600 casos confirmados y unas 850 muertes, Japón ha evitado por ahora los grandes brotes registrados en Estados Unidos y Europa, pese a imponer restricciones más suaves.
Pero la tercera economía más grande del mundo ha entrado en recesión, y el descontento con la gestión que ha hecho Abe de la crisis ha hundido su índice de popularidad. Sondeos recientes muestran que el apoyo del público a su gabinete ha caído por debajo del 30%, el nivel más bajo desde que regresó al cargo en diciembre de 2012.
Abe declaró el estado de emergencia el 7 de abril en varias partes de Japón, incluido Tokio, la amplió a todo el país ese mes y después la extendió hasta finales de mayo.
Durante el estado de emergencia se pidió a la gente que permaneciera en casa y se solicitó a los negocios no esenciales que cerrasen o redujeran su actividad, aunque no había imposiciones. Desde el 14 de mayo, cuando se levantaron las medidas en casi todo el país, más ente ha salido de casa y las tiendas han ido reabriendo.
Datos recientes apunten a que la tasa de infección ha bajado lo suficiente, y la presión sobre el sistema de salud ha remitido como para permitir la reanudación de la actividad económica y social, según el ministro de Economía, Yasutoshi Nishimura. Tokio, Kanagawa y Hokkaido, donde el número de infecciones sigue fluctuando, necesitan supervisión estrecha, advirtió.
Los grandes al almacenes Matsuya, un establecimiento emblemático del lujoso distrito comercial de Ginza, en Tokio, volvió a abrir sus puertas. El personal de ventas, con escudos faciales, recibía a los clientes con reverencias pero sin saludos verbales, siguiendo sus nuevos protocolos.