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    La guerra en Siria vuelve a escalar y muestra su peor cara tras meses de distensión

    La impresión de que lo peor de la guerra siria había pasado y empezaba el tiempo de la diplomacia y la reconstrucción se borró de un plumazo en las últimas horas con dos movidas fulminantes del régimen de Bashar al-Assad, la primera un bombardeo cerca de Damasco y la segunda un operativo sobre un enclave kurdo del norte asediado por los turcos.

    «Es una masacre peor que la de Aleppo», resumió la vocera de Unicef Italia, Andrea Iacomini, sobre las 250 víctimas, entre ellas más de 60 chicos, que dejaron tres días de bombardeos sobre el enclave rebelde de Ghouta, en las afueras de Damasco. «Siete años de guerra llevaron a Siria al colapso», agregó.

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    La oposición siria en el exilio denunció asimismo una guerra de exterminio en Ghouta y el silencio total ante los «crímenes» de Al-Assad desde 2011. El coordinador de la ONU para la ayuda humanitaria en Siria, Panos Moumtzis, pidió el «cese inmediato» de los bombardeos.

    La comparación con la ciudad de Aleppo, la antigua capital económica del país, dividida durante años por partes iguales entre el ejército y los rebeldes y demolida sin clemencia por los dos bandos, reveló la magnitud de la escalada del régimen, cuando la marea de la guerra parecía retroceder.

    De los tres días de ataques sostenidos con aviones, helicópteros, misiles y artillería del gobierno sobre Ghouta, donde viven 400.000 civiles en extrema precariedad junto a miles de combatientes de poderosas milicias armadas, el más sangriento fue anteayer, que dejó por lo menos 127 víctimas.

    Según declaró un médico que trabaja la zona, Abu al-Yusr, la jornada del lunes «fue una de las peores de la historia de la crisis actual». La diplomacia internacional se enardeció ayer con la noticia del bombardeo de seis hospitales en 48 horas .

    La guerra en Siria, que empezó en 2011 con la represión de manifestaciones que clamaban por reformas democráticas, se volvió un caldero por la radicalización de las fuerzas en pugna y por la intervención de bandas jihadistas y potencias regionales e internacionales, que enredaron el conflicto y le imprimieron una dinámica donde los odios, ambiciones e intereses cruzados cerraron la puerta a la diplomacia.

    Desde mediados de 2017, Ghouta era en teoría una «zona de distensión» acordada entre Rusia e Irán, los principales aliados del régimen, y Turquía, cercana a la oposición. Lejos de ser un remanso de paz, sin embargo, el ejército mantenía la zona rodeada, y a principios de febrero decidió pasar del asedio paciente al ataque frontal.

    El diario oficialista Al-Watan señaló que los bombardeos son un preludio de una operación terrestre «a gran escala». El gobierno sostiene la necesidad de capturar Ghouta para poner fin a los disparos de mortero sobre la capital del país, al alcance de las armas rebeldes.

    En los bombardeos intervinieron también aviones rusos, que desde su entrada en el conflicto en 2014 igualaron los tantos para el tambaleante régimen de Al-Assad y luego volcaron las cosas a su favor.

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