El famoso abogado neoyorquino Jeffrey Lichtman se dirige a uno de los testigos de la fiscalía: “¿Necesita que le refresque la memoria?”. El letrado recurre a la vieja táctica de cuestionar la credibilidad del interrogado para crear confusión en el jurado.

Su teatral estilo obliga al juez a intervenir en más de una ocasión. Lichtman, de 53 años, se sienta a la izquierda de su cliente, Joaquín Guzmán Lorea, El Chapo, antiguo jefe del sanguinario cartel mexicano de Sinaloa, uno de los grandes imperios de la droga.

El letrado es uno de los tres abogados principales que integran el equipo legal del hombre acusado de introducir 155 toneladas de cocaína en Estados Unidos durante un cuarto de siglo y que está siendo juzgado en un tribunal de Brooklyn desde mediados de noviembre en medio de fuertes medidas de seguridad.

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Cómo paga El Chapo a sus abogados… es una incógnita. 

Se calcula que financiar la defensa de un caso de este calibre puede costar cinco millones de dólares (4,3 millones de euros) y los bienes del acusado, de 61 años, han sido embargados. La figura central del equipo legal es el ecuatoriano Eduardo Balarezo, que se sienta a la derecha de El Chapo durante el juicio y muestra en todo momento una actitud muy paternal hacia el acusado. En un extremo de la mesa está William Purpura, un maestro del interrogatorio.

El equipo lo completan un letrado que trabaja con Lichtman y dos asistentes. Hay un par más de ayudantes que operan desde fuera del tribunal de Brooklyn.

Guzmán fue detenido en México en enero de 2016, casi seis meses después de fugarse de una prisión mexicana de máxima seguridad. Después, en enero de 2017, fue extraditado a Estados Unidos. Durante nueve meses tuvo abogados de oficio.

Lichtman es conocido por haber representado a John Gotti Junior, hijo del líder del clan de los Gambino, una de las cinco grandes familias mafiosas de Nueva York. Logró que se declararan nulos tres juicios por el bloqueo del jurado. En una pausa reconoce que de niño tenía muchos miedos. “Los superé y aquí estoy”, comenta el defensor.

Los tres abogados tienen bufetes independientes. Pero existe mucha relación entre Balarezo y Purpura desde 2004.

Conflicto de interés. La causa contra El Chapo es la más compleja, por su tamaño y el perfil del acusado. La fiscalía ha reunido 300.000 pruebas documentales y decenas de miles de fotos, vídeos y registros de sonido. “Eso nos obliga a hacer a todos de todo”, comenta Balarezo, “revisar las pruebas, preparar los interrogatorios”. “Pero al final no es muy diferente de otros casos”, afirma, mientras explica que entre sus clientes tuvo a Alfredo Beltrán Leyva, uno de los líderes y fundadores del cartel de los Beltrán Leyva —antaño brazo armado del de Sinaloa— y potencial testigo de la fiscalía. Los dos capos fueron socios y amigos, hasta que se declararon la guerra. Beltrán Leyva fue extraditado a EE UU en 2014 y cumple cadena perpetua. Balarezo no puede utilizar la información de primera mano que tiene sobre el testigo para defender a El Chapo. Tampoco puede compartirla con los otros letrados, lo que limita su margen de actuación.

El mismo conflicto afloró con Lichtman, que representó a narcotraficantes vinculados al caso. “Confía en nosotros”, afirma Balarezo refiriéndose a Guzmán. “Está tranquilo y entiende su situación”. El abogado cuenta que revisa las pruebas con ellos y les plantea ideas para los interrogatorios.

El juicio ha entrado en un receso de dos semanas por Navidad. El primer mes y medio ha estado cargado de momentos espeluznantes. Y también muy pesados. Llegado el caso, los abogados del narco saben cómo llamar la atención del jurado, que a veces puede caer en el aburrimiento. En un interrogatorio, Balarezo cogió con la mano un ladrillo de cocaína, una de las pruebas aportadas por la fiscalía. La acusación le pidió que se pusiera guantes. El letrado dijo que no hacía falta, que le vendría bien para animarse.

Caos intencionado. Ver a Purpura en acción recuerda a las películas. Se coloca el micrófono en la solapa y empieza a descargar munición mientras se mueve por la sala. La puesta en escena parece caótica. Nada que ver con el interrogatorio repetitivo y pautado de los fiscales, que no se apartan del guion. Hila fino y al jurado le gusta.

Al narco Juan Carlos Ramírez, uno de los testigos de la acusación, le preguntó: “¿Qué significa Chupeta?”, que es su alias. “Es un caramelo”, le respondió. “Es decir, chupar”, replicó el letrado, de 66 años, con el objetivo de ridiculizarle. La misma técnica la utilizó con Tirso Martínez Sánchez al hablar del dinero que perdió en las peleas de gallos (se dice que llegó a apostar 100.000 dólares en una). “El gallo siempre sale peor parado”, le dijo el abogado. Hasta el juez Brian Cogan lo consideró gracioso.

Balarezo, de 52 años, dice que aprendió la técnica de Purpura. Lo mostró cuando le llegó el turno con Germán Rosero, el hombre que Chupeta tenía en México para negociar con el cartel de Sinaloa. Para poner en evidencia su traición, le preguntó si vio la película El Padrino. “Sí, señor”, respondió. “¿Y sabe quién es Fredo?”, replicó, en alusión al hermano traidor de Michael Corleone, al que este manda asesinar. El magistrado le cortó en seco.

Límites. Los narcoabogados explican que su trabajo es “desmontar la causa contra El Chapo”. “Es la fiscalía la que debe demostrar que es culpable”, insiste Balarezo, que también representó al empresario chino mexicano Zhenli Ye Gon, vinculado al cartel de Sinaloa. Dice que aprende en todos los juicios. “Si piensas que lo sabes todo, estás perdido”, advierte. Haber representado a otros narcos es una ventaja.

Hace unos días, el juez recomendó a Balarezo que fuera cuidadoso con los comentarios en Twitter sobre el caso. “Habrá notado que limito los tuits a Trump y al Barcelona”, contestó. Es un ferviente seguidor del equipo de fútbol blaugrana.

FUENTE: El País.