La caravana de migrantes centroamericanos que se dirige a Estados Unidos ha conseguido en su tránsito por México la solidaridad de mucha gente, pero también ha encarado enfermedades, el miedo al rechazo al llegar a ‘tierra prometida’ y el permanente acoso policial.
Toda la comida, prendas viejas, agua y medicamentos que se da a los migrantes son donaciones privadas, de grupos religiosos o funcionarios locales que empatizan con ellos. El ejecutivo mexicano no ha entregado a los migrantes ni una sola comida, baño o botella de agua.
El grupo que continúa el trayecto, en el que viajan muchos niños e incluso bebés en carritos, acampó la noche del miércoles bajo lonas de plástico en una ciudad del sur de México y tiene previsto salir de Mapastepec al amanecer del jueves para recorrer parte de las 1,000 millas (1,600 kilómetros) que tienen por delante para intentar llegar a suelo estadounidense.
A Pedro Arturo Torres, uno de los que partió con la caravana, la nostalgia le quebró su determinación de llegar a Estados Unidos. «Uno no sabe el camino que le espera», manifestó el hondureño. «Queremos regresar a nuestro país. Que sea que vives con unos frijolitos, pero puedes sobrevivir, con nuestra familia, tranquilos”, dijo a la AP.