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    Migrantes en Tijuana podrían enfrentarse a una larga estadía

    Los exhaustos migrantes que formaban parte de una caravana de solicitantes de asilo centroamericanos dormían en colchones en un gimnasio municipal reconvertido en albergue, mientras varios hombres jugaban al fútbol e intercambiaban bromas en un abarrotado patio colindante. Una mujer limpió a su bebé, que lloraba, con un paño húmedo.

    Casi 2.000 integrantes de la caravana llegaron a la frontera entre el extremo noroccidental de México y Estados Unidos el jueves, y se espera que la cifra aumente debido al goteo constante de autobuses. La ciudad de Tijuana, cuyos albergues privados funcionan muy por encima de su capacidad, para 700 personas, habilitó el gimnasio y un complejo deportivo vallado para hasta 1.000 personas, aunque podría acoger a hasta 3.000.

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    Dado que los inspectores estadounidenses en el principal cruce fronterizo hacia San Diego tramitan apenas unas 100 peticiones de asilo diarias, los migrantes tienen cada vez más posibilidades de quedarse varados esperando durante meses.

    Francisco Rueda, secretario general del gobierno del estado de Baja California, dijo que la ciudad recibió por el momento a unos 1.750 migrantes de la caravana.

    “Esto no es una crisis”, dijo el segundo de a bordo del gobernador estatal, Francisco Vega de la Madrid, a reporteros reconociendo que sí se trata de “una situación extraordinaria”.

    El estado tiene 7.000 empleos disponibles para sus “hermanos migrantes centroamericanos” que obtengan la residencia legal en México, apuntó Rueda.

    “Hoy, en Baja California hay oportunidad de empleo para quien así lo solicite. Pero para que ello suceda, tiene que regular su estancia migratoria,” señaló.

    Las prósperas fábricas de la ciudad siempre solicitan trabajadores. Miles de migrantes haitianos rechazados en la frontera de Estados Unidos encontraron empleo y se asentaron allí en los últimos dos años.

    La presencia policial se hizo notar en una ciudad con una tasa de homicidios que es la más alta en su historia. Un grupo de unos 50 migrantes, en su mayoría mujeres y niños, caminaron con escolta policial varias calles del centro de la ciudad, desde el albergue hasta un comedor.

    A medida que los autobuses llegaban desde el oeste y el centro de México, algunas familias se quedaron dentro de la terminal a la espera de saber dónde podían encontrar un lugar seguro para dormir.

    Oscar Zapata, de 31 años, llegó a la estación de autobuses de Tijuana a las 2 de la mañana desde Guadalajara con su esposa y tres hijos, de 4, 5 y 12 años, y se dirigieron a un comedor, donde se les sirvió gratuitamente carne de res y papas.

    En La Ceiba, Honduras, se dedicaba a la venta de CDs y DVDs piratas en la calle cuando dos pandillas le exigieron el pago de “protección”. Vio cómo un compañero comerciante fue asesinado a tiros en una esquina porque no tuvo el dinero para pagar. Dijo que las pandillas llamaron por teléfono celular a él y su esposa y se presentaron en su vivienda para amenazarlos con secuestrarles una hija y obligarla a prostituirse si no pagaban.

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