A casi un año de su posible origen en Wuhan, China, el coronavirus ha causado una miríada de problemas en el mundo: más de 1,3 millones de muertes y casi 55 millones de casos, saturación de los sistemas de salud, crisis económica, desempleo, interrupción de las clases en las escuelas y postergaciones en el cuidado de otras enfermedades graves, entre ellos. De ellos se han derivado otros, de orden psicológico, ante el imperativo de lidiar con un entorno súbitamente transformado: angustia y depresión entre los más salientes. Ahora, además, se comprobó que el vínculo entre el COVID-19 y los problemas de salud mental va más allá de lo general y es intrínseco: un estudio de la Universidad de Oxford halló que las personas que sufrieron la infección mostraron un riesgo mayor de desarrollarlos, al punto que el 18% de ellos presentó algún síntoma en los 90 días posteriores.
Publicado en Lancet Psychiatry, el trabajo de Paul Harrison (profesor del Hospital Warneford y el departamento de psiquiatría de la Universidad de Oxford) analizó las historias clínicas de 70 millones de pacientes en los Estados Unidos, entre los cuales 62.354 habían sido diagnosticados con COVID-19 desde el 20 de enero al 1 de abril, sin necesidad de hospitalización. Harrison y sus colegas compararon la evolución de estas personas con la de otras que sufrieron otras seis enfermedades diferentes: gripe, otros problemas en el tracto respiratorio, cálculos renales, cálculos biliares, infecciones cutáneas y fracturas. “Encontraron que la probabilidad de que un paciente de COVID-19 fuera diagnosticado con un problema nuevo de salud mental fue dos veces mayor”, analizó el MIT Technology Report.