El olor pútrido lo oprime, pero Fawaz Hamadeh resiste: en medio de bolsas mortuorias, busca los restos de su hermano en la mayor fosa común descubierta en Raqa, exbastión del grupo yihadista Estado islámico (Isis) en el norte de Siria.
Las bolsas están alineadas en un terreno de futbol, no lejos del hospital donde se atrincheraron los yihadistas en las últimas horas de la ofensiva realizada por la coalición kurdo-árabe para sacarlos de su «capital» de facto en Siria.
La fosa común fue descubierta hace una semana, bajo ese mismo terreno, y Fawaz Hamadeh escuchó decir que su hermano podría estar enterrado allí.
Uno de los rescatistas en el lugar levanta una extremidad de la bolsa. El joven se tapa la nariz e inclina su frágil silueta sobre el cuerpo en descomposición. Pero no detecta ningún rasgo familiar.
«Siento tanta pena. No logro encontrar el cuerpo de mi hermano ni el de mi mujer», afirma.
Su hermano resultó mortalmente herido en un bombardeo, en los últimos días de la batalla que hizo posible a las Fuerzas democráticas sirias (FDS), coalición apoyada por Washington, reconquistar Raqa en octubre.
«Mis padres tuvieron que partir. Él también debía salir pero no encontró vehículo. Era muy tarde», cuenta el joven de 21 años. «Respetar los muertos, es al menos poder enterrarlos en un lugar digno», señala.
Contempla las filas de bolsas, los restos de vehículos oxidados y dislocados, los edificios impactados. Suspira: «Es indescriptible la magnitud del desastre que vivimos».